Sólo tenerte a mi lado me permitió reposar en brazos de Morfeo y, al despertar en la espesa negrura, sonreí sorprendida ante la belleza del esbozo difuso de tus rasgos.
Cada casual roce de tu cuerpo fue para mi fuente de gozo y el pasar del tiempo entre tinieblas convirtió en acuciante el deseo de tu abrazo. Y fue con la mañana cuando supe lo cerca que estaba del abismo.
Sentí ausencia de ti al volver a casa y me dio miedo la sed de tu presencia. Como pizcas de sal repartiste pedacitos de luz que guiaran mis idas y, entre idas y venidas, cerré los ojos y pude conocer a qué sabe la vida.
Contigo vi estrellas imposibles en el centro del mundo, subimos colinas cogidos de la mano, y subiendo recorrí, sobre mis propios pasos, un antiguo camino que tenía olvidado. Y me vi de repente, sola, en el pico más alto, meciéndome el viento.
El exceso de luces, como con la sal, me hizo perder el norte y el agua, empezando a rodar de las cuencas inanes de mis ojos fijos un reguero de sal que inundó mis mejillas y, al llegar a mi boca, escocieron heridas del pasado ocultas en las llagas de mis labios.
Comenzó la demencia y giré sobre mi eje, ya desviado, durante horas hasta llegar al borde de un escollo escarpado, y admiré la belleza sublime del ocaso y grité, esperando que el eco me devolviera al mundo, pero fue tu voz lo que oí gritar más alto, entonces comprendí, impotente, que nuestro viaje fue un sueño inacabado, el vacío bajo mis pies me atrajo, y de tu voz nací cual nuevo ser alado.
El vértigo pasó, como la vida, lo llamaron amor en otros casos, cerré los ojos y me dejé volar, degustando de nuevo la esencia de la vida, con exceso de sal, de cuando en cuando.
Me temblaban las manos al principio del frío que se instaló dentro de mi, de rabia, de impotencia, me convertí en desgarrador llanto desconsolado, jirones de mis entrañas me dieron calor y me calmaron, a pesar del dolor hueco de los desgarros del alma.
El viento que azotaba mis mejillas se llevó litros de tristeza aún enredada en mis pestañas, se formaron de ahí nubes amargas que cubrieron de sombras el descenso. Sentí todo este tiempo pinchazos en mis sienes, inyecciones continuas de acordes de nostalgia que envolvieron recuerdos al vacío, la frecuencia descendió con el nivel de decibelios y no quedó en mi paladar, ni aun difuso, un sólo matiz del sabor que me brindaste, entonces entendí que estaba lejos y Eolo tuvo al fin toda mi agua. Y yo, ya fuente seca, no fui más que estatua de sal resignada.
Ahora espero la lluvia que brotó de mi cuerpo, que me diluya y me esparza en la caída, como pizcas de luz que guiaran tus idas, en pedazos de sal que arrasen cada franja de suelo donde yo repose. Y empezaré de nuevo, donde no haya raíces, buscando una vez más el nudo en mi garganta, la tensión en mis hombros, el temblar de rodillas, el tambor de mi pulso...
El miedo, el escalofrío, la descarga de vértigo en mi espina dorsal que me obligue a olvidar la lucidez, que sustituya razón por tacto, que me enseñe por fin a volar con alas ilusorias, que impregne mis sentidos de pasiones de vida... sólo por esto, valdrá la pena cualquier nueva caída.