viernes, octubre 30

Metro de Madrid informa...



Paisajes efímeros de cotidianeidad cambiante, rutina de perfiles y caras que no se repiten y nunca se reconocen. Miradas perdidas en el propio devenir, en el dejarse ir en trenes del subsuelo, dejarse crecer, multiplicarse, morir en el paso de los días sin vino ni rosas... también sin espinas. Como la Santa Compaña nos dirigimos a los andenes del metro en rebaño y dudo de la humanidad de los individuos que conformamos esa masa.


¿Vivir era esto?

Mis pasos siguen los ritmos que entran en mi cerebro vía mp3, el volumen impide penetrar el chirriar de ruedas en mi estado catatónico cuando el tren frena en la estación. Como un fantasma levito sin fijar mis ojos en nada, sólo letras de canciones que empañan de tintes ficticios toda percepción y frases clave encuentran ahora significado en los ojos vacíos de mi reflejo, ése que no he reconocido como propio, hoy dejarse llevar no parece tan sugerente como antes.
Al salir a la luz natural, mientras camino sin rumbo en dirección a mi casa sigo sin fijar la mirada, envuelta del propio oscurecer brillante en la ciudad, no hay riendas que tomar, no hay timón, simplemente vagar sobre las baldosas que piso a diario y de las que no puedo afirmar color ni forma.





De pronto bañarme en la polución rojiza del atardecer madrileño es una sensación y ya no soy tan autómata, entre canciones y nuevos sentidos, en mis labios se esboza media sonrisa torcida. Quizá ahora esté viviendo.



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