viernes, octubre 30

Metro de Madrid informa...



Paisajes efímeros de cotidianeidad cambiante, rutina de perfiles y caras que no se repiten y nunca se reconocen. Miradas perdidas en el propio devenir, en el dejarse ir en trenes del subsuelo, dejarse crecer, multiplicarse, morir en el paso de los días sin vino ni rosas... también sin espinas. Como la Santa Compaña nos dirigimos a los andenes del metro en rebaño y dudo de la humanidad de los individuos que conformamos esa masa.


¿Vivir era esto?

Mis pasos siguen los ritmos que entran en mi cerebro vía mp3, el volumen impide penetrar el chirriar de ruedas en mi estado catatónico cuando el tren frena en la estación. Como un fantasma levito sin fijar mis ojos en nada, sólo letras de canciones que empañan de tintes ficticios toda percepción y frases clave encuentran ahora significado en los ojos vacíos de mi reflejo, ése que no he reconocido como propio, hoy dejarse llevar no parece tan sugerente como antes.
Al salir a la luz natural, mientras camino sin rumbo en dirección a mi casa sigo sin fijar la mirada, envuelta del propio oscurecer brillante en la ciudad, no hay riendas que tomar, no hay timón, simplemente vagar sobre las baldosas que piso a diario y de las que no puedo afirmar color ni forma.





De pronto bañarme en la polución rojiza del atardecer madrileño es una sensación y ya no soy tan autómata, entre canciones y nuevos sentidos, en mis labios se esboza media sonrisa torcida. Quizá ahora esté viviendo.



domingo, octubre 11

Regreso

Ya estoy de vuelta, acabo de llegar y empezaré las clases esta semana. La ciudad se me aparece ajena y extraña pero traigo en mi equipaje ganas de hacerlo mejor este año, de vivirla mejor que en tiempos pasados y, esperando el cambio de rutinas, siento que la inspiración se ha olvidado de mí, así que, y de nuevo porque le gustó en su día a Sapoconcho que está lejos y le echo de menos, recupero del baúl de mis catarsis algo que escribí hace 3 años, mi personal apología demente de platonismos y cobardías... debí invitarle a café y no inventarme los matices de lo que pudo haber sido su compañía. Ahí queda


Fijé todos tus rasgos en mi memoria mientras escalofríos descendían por mi espina dorsal, cada línea gestual, cada mueca, salvo tus pupilas mordientes.
Tu voz se asoma a mis recuerdos como un aleteo tenue y tu sonrisa me persigue desde anoche. Todo corpóreo, nada personal, salvo la querencia de un cigarrillo a cada rato.
He cruzado la línea que marqué con señal de peligro, la frontera que separa la razón del tacto, de buscar tu esencia en mis sentidos, el estado previo a la locura.
Enfermo de tu ausencia, paranoia, ideo la manera de acercarme sin dar señas de mi desesperanza, maquino y no llego a fabricar nada factible.
Ni siquiera un día calma mi sed, los quiero todos, incluso en la distancia, de reojo.
Al menos, aún no te persigo, me cruzo con dignidad y temblor en las rodillas, me haces olvidarme de andar... Soy, simplemente, un digno caracol que mira altivo mientras se arrastra.
Y, a pesar de lo dicho, me empeño en racionalizar el nudo en mi estómago sin encontrar hoy respuestas de las que hace dos días hablaba.
Con los pies en el suelo, sin tus manos cerca, sin ver como el humo se escapa de tu boca, puedo recordar momentos de serenidad y cordura, puedo comprender todo lo que he inventado en torno a ti como una treta, pero si estás miro la horizontalidad de tus hombros con el ánimo de sentirte respirar.