miércoles, mayo 23

Amapolas enredadas a mi ombligo (2)




La nueva ciudad no tenía nombre, no existía lenguaje, el logos adormecido se desperezaba mientras ella sentía la brisa pasar entre los dedos de sus pies descalzos. Las calles la llevaban en volandas y ella se dejaba llevar, confiaba. Los rincones parecían abrazarla, agradecidos por haber dejado de ser telón de fondo de un personaje secundario.
Ese entorno recién nacido no conocía aún normas, era un organismo vivo aún por articular, todo antiguo valor se había desplomado con el propio desembarazarse de las sombras. El tirano gris que antes lo envolvía todo se había disuelto en el mirar activo y creativo de ella, su nueva ella, que ya sólo tenía sus sentidos para habérselas con las cosas.
Por momentos pasaban por su mente recuerdos de acuarela, retazos de una vida que no reconocía como propia, el vivir ajeno en el que puede que un día soñara haber estado presa, pero el tiempo tampoco tenía sentido, ni dirección, este espejismo no venía de un antes ni un después ni un ahora, el tiempo no era ya ni todavía.
Agotada se dejó caer, con el peso de sus dudas, en una explanada de hierba fresca, y miró, por fin desde la quietud, aquello en lo que estaba inmersa, origen de su nuevo ser y también creación suya y se supo parte, se supo caos y le gustó. 
Sólo miraba. 
Bajo su cuerpo brotó un sonido nuevo que hizo enmudecer todo aquello que la rodeaba, la diferencia con todo lo escuchado era tan clara que sólo pudo quedarse quieta, atendiendo. Era un sonido articulado, el primero que escuchaban sus oídos, vírgenes de palabra.
El lenguaje nacía en su sombra, reminiscencia de la antigua normativa pero ya desvinculada de sus cadenas. Era un contorno, tal como ella y, en cambio, sin facciones ni volumen, sin rasgos definitorios más que un sombrero que no encontró correspondencia del lado de los cuerpos.
-Hola- sonó. A partir de ahí, silencio. La primera palabra decidió cuál iba a ser también la dirección del tiempo.
Ella se sintió obligada a imitar a su sombra, sintió que la mímesis habría de ser recíproca ya que la sombra acababa de mostrar su autonomía a pesar de mantenerse unida sin remedio a la planta de sus pies. En tanto que compartían forma, ella creyó también compartir habilidades y repitió el sonido "Hola" y al saberse capaz, se echó las manos a la boca, ¿qué sería aquello que había sentido salir de su garganta?
-Veo que aún sabes hablar
Esto fue demasiado para ella, la sombra emitía demasiados sonidos, demasiado ruido sin sentido, ni siquiera podía intuir dónde, cómo ese ser plano podía articularlos. Quizá el sombrero fuera el secreto de su don, quizá esa sombra originaria sin correlato corpóreo fuera la fuente de las palabras.
-¿Ya no dices nada?- la sombra seguía esperando respuesta.
Ella tendió la mano intentando arrebatarle el sombrero y la sombra se revolvió lo que pudo. Nada de aquello tenía razón de ser, la mano no pudo más que apresar aire y briznas de hierba. Sombras y cuerpos no pertenecían al mismo mundo ni compartían siquiera estatuto, por qué iba a ser diferente con el sombrero, por mágico que fuera. Quizá la magia también quedara del lado de las sombras.
Miró a la sombra, entre desconsolada y curiosa, queriendo saber hacer lo mismo. La sombra entendió que el "hola" de la chica no había tenido significado, simulacro, imitación carente de sentido.
- Te enseñaré- dijo despacio- pero has de ser paciente. Tengo un nombre, cuando al fin sepas hablar podrás adivinarlo
Y de pronto, como si ella se hubiera puesto su propio sombrero los ruidos comenzaron a tener sentido, significaban, no sólo eso, referían. Y empezó a comprender para pronto poder empezar a preguntar (...)