viernes, junio 26

Curiosidad(es)



Hoy me he reafirmado en mi idea de cómo, ante situaciones y sensaciones nuevas, nos seguimos comportando como niños pequeños, las mismas preguntas, las mismas dudas, la misma expresión de sorpresa, los mismos ojos vivos.
Y, al tiempo, me he dado cuenta de cuánto extraña esta actitud en un supuesto ser adulto a juicio de otro, de lo olvidado que tenemos al niño que fuimos y que, en el fondo, es el inicio propio de lo que somos. Cada actitud pueril que hayamos tenido es parte constituyente de nuestros cimientos.
Es curioso que releguemos esa parte inocente e interrogante, siempre despierta, a un segundo plano en la carrera hacia el ser adulto, racional, casi siempre abatido y enredado en el tedio de sus propios bucles falaces.
Hay que, ya no recuperar, mantener el pensamiento prelógico infantil, el asombro. No abogo, en este caso, por la idea de "la memoria de los peces", que cada percepción sea nueva tampoco ofrece gran cosa, un nuevo bucle falaz... sólo eso, y nada más, como decía El Cuervo de Poe.
Lo reconfortante sería saborear cada sensación, cada momento, descubrir cada nuevo matiz que se presente, como hacen los niños, y preguntarse por ellos y no sólo por la generalidad ya aprendida que los engloba. Admirarse y reir, mantener las pupilas vivaces para siempre y no dejarnos ir hacia lo que debemos ser.
El adulto como potencia del niño es una patraña, es el niño, con su cándidez y su amor por lo nuevo, su vivir indagatorio y su modo increíble de enfrentarse al mundo sumergiéndose sin miedo en cada pequeño detalle que ofrece, el que debe predicarse como potencia del adulto.
¡Qué errados estuvieron Kant y demás ilustrados!
Enclaustrados en sus bucles y en sus casas, tratando la vida y el mundo - tan ajenos a ellos como manidos los supusieron - con desdén, pre-ocupándose de noúmenos y seres etéreos sin atender a sus cimientos con la atención que merecen. Estudiaron inventos por partir de invenciones, de sujetos también etéreos, sin lugar en el mundo.
Aristóteles le pidió al filósofo que fuera niño y el filósofo,creyéndose adulto, sin contar alguna que otra demente excepción que podría considerarse prepúber, no ha sido más que un pobre pubescente en plena edad del pavo durante siglos... y ahí seguimos.