lunes, noviembre 29

Hematológica difusa


(a y desde, quizá para, pero no por... Ethel)

Gotas, que no átomos.
Cuentagotas como medida de tiempo,
cálculo infinitesimal para tomar el pulso.
Tensión baja a pesar de la cafeína.

La nicotina sabe mejor inyectada entre nuestras pupilas.

Silencios de ruido gris y niebla.
Silencios aún por dibujarse.
Y estás tú.

... y mi corazón sigue bombeando sangre.

Sexo sináptico,
besos de éter
al final.
Electromagnetismo y dopamina.

viernes, noviembre 12

Felicidad



Me preguntaban ayer si era feliz... pregunta curiosa y nada fácil, a todas luces capciosa y, en cierto modo, incluso insolente dentro de la ternura que esconde. Pregunta que desencadenó en mi mente un torrente de interrogaciones de tan hondo calado que llevo desde ese ayer intentando a cada rato dar a todas respuesta. ¿Feliz, en qué sentido? ¿Se puede ser feliz? Felicidad es un concepto imponente si se toma en su totalidad ¿será la felicidad, en su connotación más solemne, algo absoluto de lo que puedo participar? Quizá es como la libertad, inabarcable en abstracto y cuyo disfrute nace de necesitarla, nos inventamos parcelas de libertad de las que participar. ¿Nos construimos también parcelas de felicidad que ocupar, fragmentos de una felicidad suprema inconcebible? ¿Y es realmente inconcebible?... ¿Cabría "estar" feliz?...
Felicidad: ¿estado o modo de ser?... Dulce nombre para una tesis... -demasiados puntos suspensivos-.
(Partamos previamente de mi idea preconcebida de la imposibilidad de ser feliz, que se ha visto en este tiempo tambalear, he ahí el origen de mis disquisiciones).
Mi respuesta escasa, vaga y torpe remitió entonces a Aristóteles, al concepto de eudaimonía. La vida eudaimónica, el sentido terreno de una felicidad tranquila, contentarse -he aquí un problema- con una vida digna de vivirse. ¿Una vida, porque valga la pena, es feliz?
La felicidad aquí parte de uno mismo, pero pierde el sentido absoluto que yo (repito, divagaciones subjetivas) doy a la felicidad. La solemnidad que me evoca se deshace y cae en favor de una suerte de conformismo trivial ante la imposibilidad de un sentimiento pleno, de un "ser feliz" con todo lo que conlleva frente a estados meramente placenteros -fantasmagorías de la felicidad aspirada-.
Aceptar como bueno nuestro bagaje no se me parece a una felicidad por la que haya nadie de ser preguntado, pues se supone. Se trata aquí de una felicidad tan mediocre y vacía que, a mi modo de ver, no merece tal nombre. En fin, conformarse con una vida, esforzarse en mejorarla dentro de unos límites de serenidad, se presenta como demasiado próximo al tedio para que valga la pena omitir otras posibilidades.
Obviamente un balance positivo no se presenta como el fin al que dirigir nuestras aspiraciones, ahora bien, "ser feliz", la felicidad como modo de ser sólo puede ser esto, no cabe una vida de euforia continua, así, el uso de la palabra felicidad adquiere un sentido banal. Una felicidad inmanente, tangible, asequible se cierne sobre esta generación - curiosamente apática - y, ahora que está a mano, es en este sentido en el que se nos presenta como telos, el fin último, en esta sociedad atomizada en la que nos vemos obligados a tener derecho a ser felices -derecho ineludible, por cierto-. Pero esta institucionalización, esa felicidad como fin de todo individuo -por individuo, civilizado- trivializa aún más la idea de felicidad y ahora ser feliz deviene algo parecido a poder vivir, cubrir necesidades y, si acaso, algún capricho.
La definición de felicidad, de principio compleja, se simplifica (en el sentido más despectivo) y se da una definición negativa -la más pobre de las posibles- de modo que ser feliz es no sufrir, sin más. Esto explica el miedo como arma política, el auge del marketing, la creación de necesidades artificiales que se nos presentan como naturales -la estipulación de puertas para afuera de qué es necesidad, qué capricho, qué es bueno y qué no-. La legislación de la felicidad la pone al alcance de todos a un módico precio: la fácil manipulación, la maleabilidad de la masa. (Pero aquí no entraré más).
El caso es, si tengo clara la idea intuitiva de felicidad hasta el punto de negarme a aceptar según qué acepciones, ¿acaso puede experimentarse tal sensación? ¿arraigará el problema en la idea de felicidad como modo de ser?¿será la felicidad un estado?¿una felicidad perecedera será tal cosa?....-de nuevo, puntos suspensivos-.
El hecho es que sí, se dan en la vida sensaciones de placer extremo más allá de la percepción, algo similar a una elevación que puede hacernos incluso temblar de incredulidad, que llena cada poro y hace perder el equilibrio. La felicidad sublime que anhelamos, toda la solemnidad con que nos enfrentamos a ella y a ella nos rendimos, cae sobre nosotros sin previo aviso en un instante y nos completa, nos ocupa por entero dejando sin espacio a las carencias, pero tan solo como un soplo, efímera. Una vez, otra y otra más nos abandona dejando aún más huecos de los que llenó.
Es este poso trágico el que destruye la idea de tal estado sublime como felicidad, porque en este sentido, como en tantos otros, peco de extremista y si es felicidad no debería haber cabida a temor alguno y, ciertamente, todo el que haya sentido algo similar sabe de lo que hablo al decir que, cuando tiemblo de incredulidad, también tiemblo porque espero aterrada el momento en que termine todo y me vacíe. La certeza del fin y la incertidumbre del cuándo será atraviesan esta felicidad, la agrietan de pánico y es a través de estas grietas donde se nos aparece en su máxima realidad y excelencia, pero la experiencia total y completa introduce matices de desdicha que resquebrajan este sentimiento y lo convierten en esta suerte de felicidad contradictoria -no obstante, ¡bendita contradicción!-.
Sinceramente, si lo trágico se queda en un gusto seco al final, como el que dejan los taninos del té, prefiero desequilibrarme de vez en cuando, caer a lo más profundo y elevarme a lo más alto en una noche, a conformarme en un pasar por la vida sin pena ni gloria, un vivir sin sobresaltos, sin enfrentamientos con el mundo, pues no se puede acariciar la felicidad sin la sorpresa, no se puede pensar si no hay asombro y no se puede conocer si no hay fascinación ante eso que se nos impone como "otro". ¿Podría alguien llamar vida a un movimiento sin imprevistos, a la inercia en un mundo que se presente sin asombrarnos?
Así las cosas, el ciclo de ascensos y caídas es más sugerente que el hastío de una vida en positivo, y si en este devenir son más las veces que caemos, sólo nos queda levantarnos.
Más aún, eludiendo el tono seductor con que se presenta, estas fluctuaciones resultan necesarias. En nuestra actividad cognitiva, ya desde niños, son dos los impulsos básicos y contrarios que guían nuestro aprendizaje; placer y dolor. Por esto me atrevo a afirmar que son necesarias las caídas, la tragedia y amargura, la experiencia del dolor más profundo, para poder alcanzar a experimentar la felicidad, los momentos de alegría extrema que nos acercan a esa idea de felicidad plena que sí se nos presenta como motor de nuestras acciones, porque en el fondo, si no es por oposición ¿de qué modo podríamos conocer sentimiento de tamaña complejidad?
En cualquier caso, en ese ayer tan aparentemente lejano pude contestar que sí, en un estado de serenidad y sosiego, no sublime pero sí pleno, porque si bien es una felicidad tibia, sin embargo es más llevadera. Es esta una felicidad -si puedo llamarla así después de lo dicho- que no he entrado a analizar, puedo decir que no se aleja demasiado de lo que presenté anteriormente, podría decirse que es un sorbo de té que aún no me ha llenado pero tampoco me ha dejado aún la boca seca.
Supongo que la clave está en el equilibrio, porque en tanto que enfrentada con el mundo, una parte de mi felicidad dependerá de mí, y es innegable mi cambio de actitud respecto de otro tiempo, pero no reside sólo en mí la posibilidad de ser feliz, es a eso "otro" ajeno a mí a lo que he de encomendarme cada día, es por esto que no puedo negar que hay circunstancias, momentos, personas... sobre todo personas -sobre todo sorpresas-, que me reconcilian con el mundo, y también es por todo esto que no pude contestar de otra manera.

domingo, septiembre 5

Zombie


Zombie que te quiero zombie.
A cada paso raso zombie,
me une a ti, como plástico quemado
vinilo de tercer grado.
Cómete el plátano!
Quiero querer y no puedo,
sólo vejez que no tengo.
A cada paso raso zombie.
Mete los dedos, mójalos primero.
Son tres, invertebrados,
no duermen, perecen cansados.
Primero el uniforme. Cruje.
quizás no acepta los enfados
y entiende, pero sólo al segundo,
cambiando plata por petardos
y un tercero, que no hace caso.
A cada paso raso zombie.
No les gustan los flecos, ni los esqueletos,
no tienen fundamento estético ni tétrico;
son zombies.

lunes, agosto 23

Carta al Tiempo


Planeta Tierra, 23 de Agosto de 2010


Decían en Alemania un dicho muy recurrente: "Besser spät als nie", y llama la atención que este “más vale tarde que nunca” se me quedase grabado en el país de la puntualidad. La verdad es que esta carta responde un poco a mi creencia en ese dicho y como materialización de mis disculpas hacia vosotros intentaré en la medida de lo posible responder a la incógnita de mi desaparición y a la más interesante, mi regreso.

Querida “Heavy” y querido “Primo”:

Aunque sería un poco incoherente responder únicamente a vuestra carta de una antigüedad de más de casi un año, no dejaré de hacerlo para guiarme en la exposición del año más intenso de mi vida a nivel emocional, intelectual, espiritual y físico en general. Supongo que la mayoría de las palabras que habéis escrito en esas cartas se han borrado en vuestro yo consciente, pero seguramente no en vuestro subconsciente ya que tenemos un “disco duro muy difícil de reformatear” y entre otros acontecimientos el responderos ahora partiendo de aquel entonces, es fundamental para mí.
He guardado vuestras cartas con gran recelo, porque aunque este año he aprendido a desprenderme de las cosas materiales para trabajar mi dependencia, todavía no puedo desprenderme de las emociones ni los sentimientos y por ello las he guardado como algo de un valor incalculable, hasta que tuviese la fortaleza para contestaros y responderos en aprecio de una manera equitativa a la que vosotros me habéis demostrado y por si se os había olvidado, yo os amo con la fuerza de los mares y con el ímpetu del viento.
Entonces ¿por qué?, si os amo ¿por qué he tardado en contestar durante tanto tiempo? Han parecido años, décadas, al menos para mí. Me obligaba casi cada día en pensar cómo responder y me decía, no lo pienses, hazlo (hacerlo sin pensar) y esos días en los que me obligaba y no era capaz de hacerlo, eran días tristes que intentaba disfrazar con el equilibrio de los días felices y ahora que me encuentro en la empresa de hacerlo, de contestaros, no me arrepiento en absoluto, puesto que esta espera merece una recompensa que creará la respuesta que realmente os merecéis por vuestro aprecio (dar para recibir) y que hasta ahora no os he podido dar, por lo que parece ha sido una período de debilidad.

Hace unos meses me di cuenta de una sentencia que se ha convertido en una máxima bastante reciente en mi vida y que poco a poco se ha ido matizando y enriqueciendo gracias al amor de los que me rodean y que dice así: “Para hacer algo que conscientemente no te va satisfacer, es decir, aquello que haces sabiendo que está mal hecho, no lo hagas”. Ahora podréis comenzar a comprender un poco en el punto en el que me encuentro puesto que contestaros en este mismo momento me llena de “orgullo y satisfacción”.

Comenzaremos con mi perdón. Las más sinceras disculpas del que ha errado e intenta subsanar el error reconciliándose con su pasado, un pasado que por haber sido tan imperfecto, ha sido muy buen maestro y ha permitido aprender de él y sobre todo aprehender del lo aprendido. Pero con esto no quiero que penséis que ha sido un annus horribilis, más bien todo lo contrario, ha sido un "annus fantásticus". El año me ha mimado con devoción pero había un problema del que no fui consciente hasta hace relativamente poco y es que el que no me mimaba, era yo.

Me fui a Hamburgo buscando y utilicé la metáfora del viajero para encontrar aquello que más anhelaba, que curiosamente no era ni aprender alemán, ni muchísima fiesta con santos de mi devoción, ni conocer gente de otras culturas que pudiesen enriquecer mi mentalidad, ni viajar muchísimo para analizar de qué carece el mundo y qué nos ofrece… no. Lo que más anhelaba, aunque todo lo anterior me ha servido en ese momento inconsciente para ahora comenzar a conseguirlo, era conocerme a mi mismo, conocer mediante el qué soy, quién soy, y como la búsqueda era inconsciente, he tenido que regresar para completar el ciclo abierto en el principio con esa búsqueda y cerrarlo con este encuentro. Por todo ello os pido perdón, porque aunque no me arrepienta de lo sucedido si me arrepiento de no habéroslo ido comunicando poco a poco, reflejo de mi falta de disciplina hasta el momento. Ahora me enorgullezco de haberme dado cuenta y de comenzar esta carta con un justificado “Más vale tarde que nunca”.

No sé cómo ha transcurrido vuestro año, ni qué habéis aprendido de ello, ni qué cosas os han hecho sentir feliz y cuáles os han llenado de tristeza. Deduzco que hay innumerables hechos que contar, desmigajar y compartir, pero como todavía no os había dado la oportunidad, comenzaré por mí desde el “principio de los tiempos” atendiendo a mi tautología. (Me gusta que este tipo de “pedanterías” consistentes en utilizar el lenguaje con congruencia conceptual las pueda hacer con vosotros cómodamente).

El viaje comenzó en septiembre de una manera bastante caótica, atendiendo a mi actual concepto de caótico, es decir que comenzó fluyendo mucho con los acontecimientos pero evitando ser consciente de ellos en todo momento. Había desarrollado una praxis en mi vida para evitar las situaciones y las personas hostiles casi “envidiable” (matizo que la palabra “envidiable” no lo utilizo como muchas personas que movidas por el orgullo utilizan el concepto de envidia sana en vez de admiración) y ahora me he ido acostumbrando a aceptar que no hay ni personas ni acontecimientos hostiles, sólo maneras hostiles de padecerlos.

En esta falsa panacea en la que me había acostumbrado a vivir hasta hace muy poco, afortunadamente la mayoría de los acontecimientos han sido vividos de una manera intensa y perceptiva pero no han sido digeridos hasta que el tiempo me ha permitido hacerlo. Y es que aunque parezca que este proceso de maduración que estoy intentando compartir con vosotros lo intente justificar atendiendo a un determinismo temporal, también soy consciente de la efemeridad del tiempo y de que si no estás atento a su determinación no serás capaz de digerirlo. Quiero decir que aunque parezca una justificación de falsa humildad, no lo es, puesto que no es resignación, es aceptación y por lo tanto también sé valorar lo acontecido y atribuirme el mérito personal si realmente lo merezco.

Como el tiempo es efímero, los acontecimientos también lo son y por ello me limitaré a utilizar los recuerdos sólo sin son necesarios y presentan utilidad concreta, porque aunque todos los recuerdos son útiles, tanto los buenos como los malos, enunciarlos sin tener en cuenta su valor, es decir, para lo que me han servido, carece un poco de sentido, y a mi no me gusta hablar sin sentido o al menos no me gusta hablar sin finalidad. Entonces, partiendo de una primera respuesta a una pregunta tan noble como ¿qué tal estás? voy a intentar responderla de manera congruente, no sólo diciendo que estoy feliz, sino que soy feliz e intentando escribir el motivo de mi felicidad, no puedo atenerme sólo a acontecimientos sino a procesos del entendimiento a partir de esos acontecimientos que es un poco a lo que intentamos dedicarnos los que anhelamos llamarnos filósofos o amantes de la sabiduría.

Estoy feliz, porque después de tanta búsqueda he encontrado una respuesta bastante convincente para el funcionamiento lógico de mi proceder cognoscitivo. ¿Quiere esto decir que he encontrado un sistema propio para comprender el mundo con sus cinco letras? Ojala! Pero desde luego la luz la he comenzado a vislumbrar que es algo de lo que todavía me siento más bien pretencioso al comunicar pero que desde luego es un sentimiento muy bello por ser tan sincero. Quizás es el fin de una etapa, quizás es el inicio de una nueva, pero puedo afirmar con cordura que ese cambio ha sido con sentido. He tenido que caer al abismo de la depresión existencial por no dejarme a mí mismo comprenderme y ahora que comienzo a saber quién soy y al estar seguro de mi vocación por contemplarla como evidente, por vivirla humildemente y aceptarla congruentemente comienzo a vislumbrar esa luz que tanto he deseado y que tanta felicidad me está dando.

No me considero nada superior por ello, pues la vocación del filósofo creo que debería aparecer en cada ser humano. Todos poseemos la misma herramienta para comprender el mundo, comprendernos a nosotros mismos e intentar comprender a los demás. Nosotros amamos gracias a esa herramienta que parece tan kantiana pero que sabemos que en el fondo él no la ha descubierto, se ha limitado a utilizarla como muchos de sus predecesores y sus sucesores en vocación. La razón me ha permitido hasta el momento satisfacer mis expectativas como buscador, como viajero hacia la comprensión y precisamente ese específico placer del saber que conoces algo nuevo pero que todavía te queda mucho por conocer, esa consciencia permanente del “ignorante abierto a aprender” es lo que me hace feliz, es lo que permite valorarme y desarrollar mi autoestima, es lo que permite no desprestigiar ningún tipo de conocimiento sin antes haberlo pasado por mi “procesador” y haber obtenido una respuesta irrefutable por la razón, por lo cual mi posicionamiento hacia las cosas todavía es ínfimo, pero existe por lo tanto un potencial que no se debería de ignorar. Quizás de esa manera creemos que eliminamos muchas creencias y prejuicios, pero obviamente el ser humano tiene que limitarse a hablar con certezas de lo contingente, de lo que puede conocer y establecer opciones posibles sobre lo espiritual y como de momento sólo se me ha dado como espiritual el concepto de Dios, en el resto de mis elucubraciones la imposibilidad de conocer no se me ha mostrado muy reducida. Ahora partiendo de este punto esencial en el que ahora me encuentro y que me es motivo más que suficiente para considerar posibilidad, la felicidad ha llegado a mi como cuándo era niño y tenía el poder de crear de la nada mediante mi imaginación una realidad totalmente imposible. Ahora que voy entrando en la madurez no quiero ni voy a renunciar a ese poder natural que los niños no se han permitido mutilar, la libertad de pensar lo que sea sin atender a normas o limitaciones sociales y culturales con las que no comparta un mismo procedimiento lógico.

He decidido permitirme amar y no sentirme mal por hacerlo, he decidido dar la oportunidad de comprensión a todo aquel que la solicite y para ello no debo sentirme mejor ni peor que el otro, sino igual en esencia, porque un mundo en el que no haya posibilidad de mejora, no es un mundo con sentido y un mundo donde reside el absurdo es un mundo infeliz y demasiadas manifestaciones a lo largo de mi vida se han apropiado de mi capacidad para creer que este mundo va en una dirección positiva aunque para poder comprenderlo por completo debería invertir un billón de vidas pero para estar abierto a hacerlo sólo necesito una y si renuncio a creer, renuncio a crear, renuncio a la labor del artista, renuncio a mi capacidad para sentir, renuncio a la posibilidad, renuncio al conocimiento, renuncio a la vida.

Comparto esto con vosotros porque habéis iniciado junto conmigo hace algún tiempo, la búsqueda, la contemplación de la posibilidad, la superación de vosotros mismos, la apuesta por el conocimiento, por lo creativo, el amor a la sabiduría, la que no conocemos pero contemplamos como posible aquella que todavía nos queda por descubrir.

Tengo muchas ganas de que nos veamos, comenzar a ejercitar lo aprendido y descubrir juntos lo “imposible”.

Os amo, Sapoconcho.

domingo, junio 27

Telarañas comunes, redes sociales


O de cómo todo aquel pretendido escaparate de cerebros
se queda en mera tienda de disfraces que hace esquina con nuestra calle
La bola de espejos detiene su rotación periódica de reflejos del acontecer en el accidentado confluir que se da en el entretiempo y cae al suelo con el tránsito asiconpado de presente y pasado al modo de las melodías del discanto.
Fragmentada la esfera perfecta, el núcleo, al que se dirigían los radios desde el cristal opaco, pierde su definición. El centro esférico "yo" pierde su idea de yo al perderse la noción de círculo de adláteres y carece de lugar entre los dispersos espejos que ya no dirigen a él sus sombras sino que le deslumbran con ondas electromagnéticas sensibles. Se pierde la protección en pos de una desestructura de relaciones que barnizan de seguridad una suerte de evidencia e importancia del beneplácito ajeno para el que vínculos difusos, vago constructo teórico nacido de una necesidad de arquetipos y sistemas, devienen importantes en tanto visibles.
El círculo protector de la familia (en el sentido más amplio) arraigado en el "yo-centro" ha perdido el sentido en favor de una aparente red de supuestos reflejos del yo a partir del cual el número de espejos y la potencia lumínica que se da en la refracción (que no reflexión, acaso como ilusión vacua) se pretende como vara de medida para dar cuenta de un "yo" que ya no es centro y ha extraviado, con su ser-raíz, el sentimiento de propiedad y de sujeto yendo a la deriva en busca de reconocimiento en cada yo-otro que ocupe un espejo. En fin, subsistencia de un sujeto desprovisto de sujeción.
Espejo: Fragmento de frágil cristal que refleja sólo gracias a su reverso velado. Hoy, ya desprendido del todo ordenado, el brillo se dará sólo sepultando la parte oscura, lo que otrora hizo del cristal espejo. Una vez despojado de dirección y sentido el propio fundamento, la ilusoria reflexión no es más que un caótico juego de luces, distorsión.
Todo aquel anterior reflejo se ha quedado en frívola belleza caleidoscópica,
terreno yermo, lugar de anacoretas que se anuncia como salón de té

lunes, mayo 10

Metafísica para Dummies


Presuponemos la oscuridad de la nada, ¿cómo caemos en atribuciones de aquello que por definición, salvando la contradicción inevitable, es indeterminado? ¿Por qué hemos de definir la nada y sustantivarla, transformarla en un algo abstracto y carente de atributos? ¿No nos damos cuenta de que así la hacemos equívoca con el Ser? La nada no es, sin más. Toda reflexión ulterior la convierte en ente, acaso esencia, acaso Ser, por lo que tiene de indefinible. De existir la nada no puede ser más que carencia del propio existir, contradicción. No supongamos huecos y no imaginemos masas informes y oscuras como pudo hacer Michael Ende en su también contradictoria historia interminable, si lo hacemos así no podemos establecer diferencias en los modos de (no) ser de la nada y los elefantes voladores, y aquí sí, se trataría de una nada que es, por cuanto tiene de imaginaria, con lo que la nada aparece como dependiente del sujeto y, de no ser por nuestra noción de ella se quedaría en lo que nunca ha sido, mera inexistencia, indefinible, inabarcable, por cierto, inconcebible, así ¿Cómo se da entonces que sea imaginable? ¿Cómo/dónde se origina la pregunta por la nada?

¿versos?

Hace un tiempo estuve hablando con un amigo sobre nuestros intentos, más o menos exitosos, de embarcarnos en el complejo y desconocido mundo del verso. Él ha sido más valiente (también más exitoso)Yo sólo he osado aproximarme al "verso libre", y he aquí la prueba menos vergonzosa, es antiguo, así que pido perdón por no innovar, aunque para luego prometo una reflexión absurda que he tenido esta tarde.

Es hiedra,
me protege
en Yule:
los días cambian el color
el cielo se transforma en sus pupilas.

Hiedra
enredada en mis tobillos,
me mantengo inmóvil
por miedo a tropezar.
Se ha convertido en mi sustento
penetrando en mis grietas,
ha arraigado en mis cimientos.
Al crecer
me desarma,
desprenderlo de mí
hará que me derrumbe.

Imagen, en sí mismo,
de la estación proclive a la tristeza
sin embargo,
su luz invernal es ardiente
candil
en cada estancia mía.
Llama viva, incandescente
de alegría en mis manos
ansiosas por describirlo
en sus misivas
destinadas a nadie.

Manos amoratadas.
Corre por mis venas
como el frío que encarna,
se instala en mis articulaciones
dubitativas
a la hora de dar un paso.

Me mantiene entumecida,
estática,
agarrotada.

Soy estatua de hielo
vivo en invierno,
en los cielos grises.
Me creó con el aire,
mitad vaho, mitad humo
salido de sus labios.

Continúa intangible,
su tacto
me convertirá en charco.

jueves, febrero 11

Piedras


Trataré de escribir cuando vengan las musas, trataré de invocarlas escribiendo, trataré de inventarlas dibujando mentalmente los trazos de paisajes oníricos, esbozando danzas y juegos de ninfas en riachuelos de mi memoria donde antaño recogí cantos rodados. Regalos de un buen tiempo, piedras con almas amigas que guardan las voces del bosque que un día fue refugio, hoy envueltas en un manto de nostalgia, cercanas al tacto y ajenas a mi vida.
Piedras que recuerdan un camino ya andado, que de vez en cuando recupero de la niebla espesa de los olvidos inconclusos y con las que construyo, como en juegos de niños, posibles caminos por andar, sumergida en la momentánea inconsciencia de que no seré yo quien coloque las piedras previamente, sino mis pasos los que decidan cuál pisar. Mientras tanto la vida es un caótico deambular sobre un puzzle calcáreo en el que faltan piezas y, las que aún quedan, perdieron las aristas a encajar, la tradición y el tiempo las fue erosionando y a pesar de buscar combinaciones secretas siempre hay huecos por tapar.
El miedo que nos queda a los que hemos de andar es el de saltar entre piedras y caer al vacío, el paso en falso, la falta de respuesta. Y en ese límite con la nada que nos aterra, miramos hacia atrás, deshilachando recuerdos, entresacando matices difusos y emborronando nuestra memoria con invenciones que rellenen huecos del pasado. Porque no hay un continuo, hubo nadas antes que nuestros pasos ocuparon, hubo vacíos en los que, en el espacio aparentemente seguro de la memoria, vertemos fantasías nuevas a cada rato.
Lo mismo que erosionó las aristas del puzzle, en nuestro interior merma la facultad de crear, nos obliga a creer que algún día hubo aristas, que antes el puzzle era completo y que debemos buscar el sentido que tuvo en principio para responder a un enigma que tampoco conocemos.
Me sorprendo tantas veces buscando sentidos que sé que no existen que olvido la belleza de una metáfora a tiempo, olvido sentir las piedras húmedas bajo mis pies descalzos y cómo en silencio, a la orilla del río, el fluir cadente del agua construye un bucle de presentes, presentes continuos en un instante eterno, huida de pasados y futuros, evasión del tiempo.
Esa orilla es caos y falta de estructura, carencia de sentido, paso en falso. El placer de escapar de las respuestas y el tomar consciencia del error del preguntar concreto, regodeo en los huecos entre piedras que, porque no encajan, son suaves al tacto.
Nos queda, en el camino, detenernos en los detalles de las piedras que pisamos, disfrutar de aquello que las hace únicas y quedarnos con ello en lo que es, sin buscarle un sentido ulterior, porque sólo así es intenso y brinda realidad.
Y zambullirnos en los huecos y las grietas, un espacio donde llenar nuestros pulmones de libertad, el lugar donde se hace patente la inspiración, un sitio donde crear incluso verdad y tiempo, la casa de las musas.
Debemos escapar del yugo que intenta barnizar de arte la imitación, y ser libres al fin para admirar las aristas romas y suaves en las piedras del camino, deleitarnos en esos límites de la nada aparentemente acechante, introducirnos de lleno en la falta de respuesta para crearnos una a nuestra medida, sin pensar en sentidos previos, sin querer responder más enigma que el propio camino, y sólo de esta forma, vivir en los matices, fundamentos pequeños, normalmente ignorados, de lo real del caminar despierto.


miércoles, febrero 3

Caminado a oscuras

Nacer en una ciudad donde la pobreza no es lo cotidiano, donde el humano primermundista y adaptado plenamente a una microesfera llamada civilización, condicionada por la sociedad de bienestar, su burocracia, su economía, su política, su religión y su ley, decae en megalomanía, en una psicosis surrealista perceptiva, pero no por ello deshumanizada y cohíbe al ser humano de comprender lo que ya ha dejado de ser suyo, el afuera.
La búsqueda continua de una personalidad, quizás permite empatizar con gente diferente a ti pero que no es percibida como tal, sino como algo a lo que volitivamente se pretende ser.
Estética como placer, como bueno, como amor. Amar porque te satisface, porque lo contemplas como sublime y como deseo de ser poseído y por ende como algo a lo que uno quiere llegar a ser. Pero el deseo es confuso, puesto que los referentes culpables del estímulo son ideales contingentes y subjetivos, no pueden ser vistos desde un punto de vista contaminado por la percepción de ser uno mismo y no ser el otro, y es ahí donde comenzamos a crear las barreras cognoscitivas, de manera natural.
Desestructuralizarse nitzscheanamente es sencillo cuando sales de la burbuja a otra radicalmente diferente y no permaneces en ella mucho tiempo, sino que sigues cambiando continuamente de esfera, de plano de acción, de estímulos, de intereses, de Leit motiv, hasta desintegrar lo conocido y alcanzar así, mediante la heterogeneidad de experiencias, un caos que poco a poco debe comenzar a reestructurarse en una nueva concepción de ti mismo y de lo que te rodea. Es ahí donde comienza el aprendizaje humanizador, la madurez, la búsqueda del quién.
Cuando el mundo se presenta con claridad y distinción, comprender tu historia, qué eres por venir de dónde vienes, comprender el sentimiento común al que perteneces temporalmente y los demás enfoques plausibles, comprender que la estupidez humana es bella, por el hecho de no ser estupidez, sino ignorancia, no tanto de saber, como de experiencia; una caja que aunque no esté vacía no es consciente de la embergadura de su posible contenido y por ello un diamante en bruto digno de admiración, comprender que relativizar es un proceso natural cognoscitivo del ser racional y no excluyente del determinismo filosófico, por el hecho de ser un proceso natural y biológico ya que la impotencia del no conocer, o no poder justificar racionalmente la vida es entendible en tanto que a límites del conocimiento, y estos límites determinan dichas percepciones relativas; todo este comprender permite asumir que uno no es un ser perfecto, un ser divino, un ideal.
Legitimando el determinismo, el hombre es, pero es hasta un límite, no sólo temporal y fisiológico vulnerable a toda la mierda psicológica consecuencia de vivir en una sociedad civilizada, sino que es hasta que puede ser, en tanto que ser racional, y pretender ser lo que no es es sólo el sesgo de ser un ser humano y no otra cosa, siendo esto esencia imperfecta, frágil y vulnerable al victimismo de vivir en sociedad, de ser el hombre el lobo del hombre.
Superar la metafísica, salir al afuera, destruír el nido, permite un estado sensual de poder, con una contradicción, la del nomadismo, la deslegitimación de una jeraquía sedentaria que te otorgue un poder real sobre otros en una misma comunidad. Un estado donde tú eres lo sublime.
Y la humildad de sentirte igual en forma, aunque diferente en contenido es tu armazón en contra del peligro del narcisimo, de la divinización del concepto de ti mismo, de tu deshumanización, es la experiencia la que armoniza tu existencia con la del otro, la que te permite amar y desear, ser amado y deseado, lo que te permite ver lo sublime en tí, mediante lo sublime en el otro y viceversa.
El estado creativo, el medio artístico como perteneciente al ser humano, no sólo por la posibilidad de la creación estética sino también por la capacidad racional del juicio estético es según creo, un buen punto de partida, para comprender que la expresión humana, mediante lo bello, cobra forma en cuanto que heterogéneo y diverso. El arte es y será el gran incomprendido mediante la limitación cognoscitiva del hombre, resultado de la pregunta qué es arte, qué es bello, como algo definible por el lenguaje natural.
Que uno pueda comprender lo natural como obra artística, es algo tan absurdo como pretender que la naturaleza, en tanto que arte, haya sido creada por un artista. El concepto en el arte no marca la exclusividad del hecho de ser arte. Algo puede ser bello sin ser comprendido siendo un reflejo del mundo real, el mundo que el hombre ha creado, bello por carecer de un sentido universal, sólo contingente y tratar de definirlo y comprenderlo sería mutilarlo, sería creer que todo en el hombre tiene una función predestinada, que todo es por y para algo sin considerar la dirección del sentido como propia del juicio personal, que la vida no es efímera y que el hombre actúa sobre el hombre como algo ajeno a él. La capacidad humana de amar, de empatizar y de comprender al otro sin llegar nunca a ser el otro sería la primera víctima de la mutilación (intentar creer que los pezones en el varón pueden tener utilidad mamaria).
No todo tiene un sentido, pero no por ello todo es absurdo. El sentido es volitivo; el sentido es la búsqueda del mismo; el sentido de ser es ser, comprender lo que eres antes de comenzar la búsqueda de un quién eres, pues el quién, llega con el sentido y para encontrarlo, la búsqueda debe comenzar, siendo consciente de que el camino sólo se construye cruzándose con los caminos de los demás y que los demás caminos no son el tuyo; llegar al final, encontrar el quién y compartir tus pasos con aquellos que has elegido amar, aquellos que has tratado como prioridad y no como opción, aquellos a los que has contemplado como bellos y te han abrumado hasta el punto de no dejar de caminar es lo que da realmente sentido para comenzar el camino, comenzar a vivir, a ser hombre sublime y feliz, para llegar a ser glorioso en la cumbre.

lunes, febrero 1

Insomnio



El silencio se ve roto tan solo por su respirar forzoso y el mecanismo de un barato despertador de campana, ruidos que ya retumban en las paredes internas de su cráneo.
Como únicos invitados en su alcoba el viento que ulula a través de las ventanas agrietadas, débiles ya para contenerlo, y un crujir lastimero en la estructura, testimonio de los años que ha visto pasar la casa.
Al abrigo de una oscuridad que cada vez lo es menos, da vueltas sobre el colchón desvencijado. Las mantas no son más que otro peso muerto con el que cargar y un alud de pensamientos inconexos lo entierra, se mezclan dentro de su cabeza los gritos hasta ser un zumbido sin sentido, una maraña de ecos que mantienen sus párpados ligeros y sus mandíbulas prietas.
Cuando no puede más se levanta y deambula por la casa, cigarro en mano. Escucha las noticias hasta aplacar el bullicio de sus pesares de conciencia y, acabado el cigarro, vuelve al catre. La misma operación se repite incesante durante la noche, reiteración absurda sin resultado.
Empiezan a entrar claros desde el patio interior y lleva horas esforzándose en no pensar, como cada día el mismo lamento, el muro de ladrillos ha vuelto a impedirle ver amanecer a pesar de mantenerse despierto.
Todas las noches el mismo bucle y todas ellas, en medio del desasosiego, la misma necesidad de una canción de cuna.

"Ojalá llueva y me pueda dormir con el sonido silente del romperse las gotas en el cristal"

Y es que, al parecer, sólo la lluvia consigue que sus demonios enmudezcan.