domingo, octubre 11

Regreso

Ya estoy de vuelta, acabo de llegar y empezaré las clases esta semana. La ciudad se me aparece ajena y extraña pero traigo en mi equipaje ganas de hacerlo mejor este año, de vivirla mejor que en tiempos pasados y, esperando el cambio de rutinas, siento que la inspiración se ha olvidado de mí, así que, y de nuevo porque le gustó en su día a Sapoconcho que está lejos y le echo de menos, recupero del baúl de mis catarsis algo que escribí hace 3 años, mi personal apología demente de platonismos y cobardías... debí invitarle a café y no inventarme los matices de lo que pudo haber sido su compañía. Ahí queda


Fijé todos tus rasgos en mi memoria mientras escalofríos descendían por mi espina dorsal, cada línea gestual, cada mueca, salvo tus pupilas mordientes.
Tu voz se asoma a mis recuerdos como un aleteo tenue y tu sonrisa me persigue desde anoche. Todo corpóreo, nada personal, salvo la querencia de un cigarrillo a cada rato.
He cruzado la línea que marqué con señal de peligro, la frontera que separa la razón del tacto, de buscar tu esencia en mis sentidos, el estado previo a la locura.
Enfermo de tu ausencia, paranoia, ideo la manera de acercarme sin dar señas de mi desesperanza, maquino y no llego a fabricar nada factible.
Ni siquiera un día calma mi sed, los quiero todos, incluso en la distancia, de reojo.
Al menos, aún no te persigo, me cruzo con dignidad y temblor en las rodillas, me haces olvidarme de andar... Soy, simplemente, un digno caracol que mira altivo mientras se arrastra.
Y, a pesar de lo dicho, me empeño en racionalizar el nudo en mi estómago sin encontrar hoy respuestas de las que hace dos días hablaba.
Con los pies en el suelo, sin tus manos cerca, sin ver como el humo se escapa de tu boca, puedo recordar momentos de serenidad y cordura, puedo comprender todo lo que he inventado en torno a ti como una treta, pero si estás miro la horizontalidad de tus hombros con el ánimo de sentirte respirar.

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