martes, agosto 30

Amapolas enredadas a mi ombligo (1)



Despertó con el alba, como sin darse cuenta. Con el canto de pájaros de ciudad que no saben muy bien cuál es su sitio ni cuándo es buen momento para dar un consejo.
Quedaba en la habitación un ligero aroma a trementina, el vago resquicio que queda tras ser atravesados por los sueños. Y después de la cromática onírica encontró al otro lado del cristal de la ventana una ciudad expectante, con cientos de matices en una única y mísera gama de grises, y se sorprendió tanto como ella cuando no pudo más que responder, con un susurro de aquellos que sólo se escuchan dentro del cráneo, "Tendré que pintarte".
No recordaba cuánto había dormido, ni a qué pudo deberse tan largo periodo de letargo. No pudo dar cuenta de en qué momento el naranja de sus días pasó a formar parte del cajón donde guardaba los recuerdos olvidados, ni de por qué relegó los pinceles y los óleos al momento de cerrar sus párpados.
Sin embargo, fue aquella mañana, cuando no sintió flaquear la fuerza en sus manos ni en sus tuercas, cuando su existencia dejó de ser volátil para pasar a tener espacio además de tiempo.
Con la brisa que entró por la ventana se coló en su casa, sin llamar, una oleada de optimismo a la que pudo dar un mordisco, dejó de dudar y preguntarse, dejó de pensar por un momento y empezó a actuar, como había actuado en otro tiempo, antes de necesitar despojos que suplieran el cuerpo que se le había ido comiendo la desidia.
Dejó atrás los filamentos de cobre que otrora tuvo por arterias y los citoplasmas de acetona. Abandonó los manuales de usuario para poder llamar vida a su existencia... sería bonito decir que fue al fin libre, pero lo honesto sería decir que se sintió libre, y fue en ese instante cuando supo saber.
Al salir a la calle se asombró de no haberse asombrado anteriormente, de haber vagado inane por las calles, y en este deambular al fin con los ojos abiertos ya no fue ella la única nueva y reinventada, la ciudad volvió a tener forma, volumen, luces y sombras, recovecos. Los ojos de esta nueva criatura pintaban la ciudad cómo si fuera un lienzo vivo, cada sorpresa un color nuevo y distinto, una puerta a algo aún por conocer, un destino y no un lugar de paso.
La ciudad antes plana y estancada, esclerótica, empezaba a ser móvil bajo sus pies, comenzó el color y siguió el ritmo, el movimiento, olor y tacto, sentidos casi olvidados, volvían, el ajetreo, la gente, el aire, en fin, la vida (que lo es).
La nueva intención en la mirada había cambiado el significado de su entorno y ya no le quedaban respuestas, todo era nuevo, apetecible, todo sugería cuestiones, ella no podía más que preguntar, sólo sabía entonces cómo saber, y no era poco. (...)

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